Observado

Observado


"Me acorralan entes malignos, que yo nunca he elegido, que me obligan a vivir sus reglas del juego -que nunca hemos convenido. Saben todo sobre mí y yo nada sé sobre ellos. Después de haber vivido tantas experiencias al respecto, llego a creer que -como ser humano- soy desechable y que me vigilan rigurosamente. Lo importante, me da la impresión, es preservar una sui generis democracia -de, por y para las transnacionales, monopolios, financieras y otras grandes empresas". (Roque Pando).

Es noche sin luna, a punto de llover; todo está muy obscuro, y las primeras tumbas del cementerio están cerca, demasiado cerca, en opinión de Roque Pando. Una perturbadora sensación de alguien a su espalda, mirándolo fijamente, le provoca inquietud, pero se dice que son sus nervios, que no puede dejarse llevar por miedos pueriles.


-Lo mejor es que me largue cuanto antes de aquí, se dice para sus adentros.


-¡La puerta está cerrada con llave!, pero ¿cómo pudo ser que la puerta se cerrara?, si no he visto a nadie acercarse, se asusta Roque.




-¿De dónde obtuvo usted ingresos para comprar un automóvil?, le espetó el fiscalizador de la Dirección de Impuestos, con mirada de inquisidor preparando sus instrumentos de tortura. Roque en la oficina del fiscalizador, en el día anterior por la mañana, se sentía cohibido por el incontrarrestable poder indagatorio.


-Lo pedí prestado al Banco de Comercio.


-¿Cuánto le prestaron?


-Lo necesario para comprar un automóvil.




Espeluznado por el entorno necrológico y por sus propias sensaciones, Roque remece la puerta con la esperanza de soltar el cerrojo que la inmoviliza, pero no tiene éxito. Sigue con su desagradable estremecimiento, los pelos en su nuca se erizan, y un escalofrío recorre su espalda. Con el fin de romper los cristales, busca con su mirada, algún objeto duro con el cual golpear. Divisa algunas piedras, adecuadas, al lado de unas tumbas con negruzcas manchas aceitosas..., pero inmediatamente piensa en el costo de reponer el cristal, y se dice para sí mismo que es por eso, no por una puerilidad, que decide esperar a que alguien pase y pueda abrir la mampara desde el otro lado.




Le prestaron más que eso, dice el inquisidor tributario, aprestándose a iniciar su terrorífica sesión de tortura.


-No me acordaba, se excusa Roque –su víctima- tímidamente.


-¿Qué hizo con la diferencia?


-Compré un computador portátil, expone tembloroso.


-¿Por qué compró estos pasajes a Antofagasta?




Roque –por la tarde, incrédulo, lee la factura de la Compañía de Teléfonos. En ella se está incluyendo el cobro de 50.003 minutos hablados en el mes, cosa que manifiestamente es imposible –un mes de 31 días, contiene 44.640 minutos. Va a la oficina de la Compañía, más cercana, para que se rectifique la facturación. ¡Oh sorpresa para Roque!, en la oficina no hay atención personal. Cualquier comunicación sólo es posible a través de un teléfono habilitado gentilmente por la Compañía. Es decir, nadie asume, nadie da la cara, todo es anónimo. Después de visitar varias sucursales, acepta lo inaceptable, y recurre al teléfono.




En la necrópolis, Roque siente que ahora hay más de una mirada que fijamente cae sobre su espalda, su inquietud se está transformando en terror infantil. Las luces fallan, al parecer hay un apagón en toda la ciudad y ve deslizarse sigilosos bultos antropomorfos entre las tumbas colindantes. Le es difícil distinguir con claridad..., divisa una retorcida silueta al otro lado de la mampara, tal vez un humano... u otra cosa. Vacila, se arriesga y golpea fuertemente para que escuche, lo vea y abra la puerta desde el otro lado. Algo se acerca, lentamente...




-Tengo una tía que vive allí., responde Roque.


-¿Con qué fin compró una lavadora?, prosigue el fiscalizador.


-Porque la antigua se murió, no funcionó más.


-¿Qué hizo con la lavadora antigua?


-La boté, pues.


-¿Dónde?


-A la basura, ¿dónde más?, a la basura.


-Dígame, específicamente, ¿dónde?


-En la acera, por donde pasa el camión municipal.



En la oscuridad reinante, algo parecido a un ser humano está al otro lado del cristal de la mampara del camposanto. Roque retrocede con espanto… Se repone el fluido eléctrico. Es un funcionario del cementerio, quien trata de abrir la puerta, pero no puede. Insiste, insiste, insiste… han pasado más de 20 minutos y se da por vencido, inclina levemente su cabeza sobre el hombro derecho elevando éste al mismo tiempo.


-No hay caso, usted debiera salir por la otra puerta.


-¿Dónde está la otra puerta?, pregunta Roque, recuperando su compostura.


-Tendría que cruzar el cementerio por la calle 3.


-¿Y qué distancia será?


-Unos treinta metros informa el empleado.




-Muéstreme el comprobante de pago del impuesto basural, exige el inquisidor tributario.


-¿Qué impuesto basural?


-Por dejar su lavadora usada en la vía pública.


-¿Qué no se puede?, y ¿dónde entonces?, ¿llevarla al vertedero municipal?, ¡pero el transporte me costaría más que una lavadora nueva!, no sabía de este impuesto, no lo he pagado.




-No estoy dispuesto a cruzar todo el cementerio tan oscuro, puedo tropezar y romperme un hueso, esta es la razón por la que no voy -no vaya a creer alguien que tengo miedo de los fantasmas, Roque se dice a sí mismo. Decide romper la puerta y hace el amago de ir en busca de una de las piedras, pero piensa un momento y decide insertar una tarjeta, como en las películas, donde va el pestillo…


-¡Qué tontera, no abre!; debiera haber hecho caso a mi instinto y no haber traspasado esta mampara, yo y los cementerios no tenemos amistad; comenta para sus adentros.




-¡Debe pagar el impuesto más multas e intereses!, son ciento ochenta mil pesos, fustiga el verdugo tributario.


-¡Pero eso es más que lo que cuesta una lavadora nueva!


-Es su problema.




Sin intención de romper nada, sólo para descargar su frustración, Roque da un puntapié a la mampara de la necrópolis. Para su asombro, la transparente mampara se hace añicos en miles de pedacitos de cristal. Se va raudamente de allí, antes que aparezca alguien con la inopinada e inconsulta intención de cobrar el destrozo. Subió a su automóvil y se alejó suspirando aliviado, ya no sentía ojos a su espalda.




Roque marca el teléfono de la Compañía, digita todas las teclas que le piden oprimir y escucha una grabación.


-Buenos días, nuestros ejecutivos en estos momentos están atendiendo a otros usuarios, por favor, sírvase esperar en línea. Su llamada es muy importante para nosotros.


Después de escuchar durante 20 minutos, la misma grabación donde se recalca lo importante que es para la Compañía la llamada de Roque, alguien atiende.


-Buenos días, soy Britney González, ¿en qué puedo servirle?


-Quiero reclamar el cobro que se me hace por haber ocupado en el mes pasado 50.003 minutos.





El vecindario colindante al cementerio definitivamente no gustaba a Roque, y justamente tenía que tocarle la luz roja del semáforo. Vio a unos sujetos que venían hacia su coche en actitud agresiva. Los tipos pasaron de largo y se relajó. Pero nuevamente sintió una desagradable mirada fija sobre su espalda. Con la luz verde desapareció su malestar. Se estacionó en la farmacia y se dirigió al cajero automático. Obtuvo el dinero que precisaba para pagar, al otro día, su impuesto basural.




-Un momento, por favor, Don Roque, voy a chequear los datos, dice la ejecutiva de la Compañía desde el otro lado de la línea telefónica. Tras un tiempo…


-Efectivamente señor, la cifra es correcta.


-Señorita, eso es imposible, un mes de 31 días sólo tiene 44.640 minutos.


-Un momento señor, por favor, voy a chequear los datos con la computadora... sí señor, son 50.003 minutos.


-Pero, eso no tiene cómo suceder, ¡No hay tantos minutos en un mes!, y además, no he ocupado el servicio por más de 50 minutos.


-Señor, yo tengo acá los registros, y dicen que, del 1° al 30 de Septiembre recién pasado, usted ocupó 50.003 minutos.




El fiscalizador prosigue impertérrito.


-¿Para qué compró un cojín en $5.499?


-¿Qué para qué compré un cojín para mi sillón?, ¿¡y por qué no te vas a freír monos al África, mastuerzo, follón y malandrín!? (N. del A.: en realidad ocupa otra serie de epítetos).




-Roque insiste ante la telefonista de la Compañía: -pero señorita, es como si usted me cobrara 8 días a la semana, ¿le queda claro el ejemplo?


-Mire señor, yo sólo puedo informarle los minutos. Si usted lo desea, redirijo su llamada, pero tendría que esperarme a que yo averigüe quién ve el tema de los cobros semanales.


-¿?


-Comuníqueme con su supervisor, por favor.


-Sí señor, ¿le puedo seguir siendo útil en otra cosa?


-¿?





Qué aventura se mandó Roque, debió venir a la farmacia desde un principio. ¿Qué le dio por ir al cajero automático del cementerio?, ¿y cruzar la mampara que separa el camposanto?, ¡y estaba fuera de servicio por añadidura!, el puñetazo que le dio al aparato tenía justificación, fue un pequeño gesto de malestar, pero no tuvo la intención de romper nada. Fue injustificado que hubiesen bloqueado la mampara de salida como respuesta.



Nuevamente sentía esas misteriosas y desagradables miradas fijas en su espalda, provenientes de las vigilantes cámaras que hay en los cajeros automáticos –dentro y fuera de ellos- en algunos semáforos, a la entrada de los comercios, y vaya a saber uno en cuántos lugares más.




-Por favor, comuníqueme con su supervisor, insiste Roque a la ejecutiva de la Compañía. Escucha otra grabación…



-Usted está siendo comunicado con un ejecutivo supervisor, nuestros ejecutivos en estos momentos están atendiendo a otros usuarios, por favor, espere, su llamada es muy importante para nosotros.



Después de escuchar durante 25 minutos esta robótica voz que recalca lo importante que es su llamada, Roque sufre el corte de la comunicación por acción de la propia Compañía…



-Tuut, tuut, tuut.




Fin

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