Aquello


Aquello


La carretera de “Lo Orozco”, conecta la hermosa ciudad de Quilpué con la autopista Valparaíso – Santiago. La ruta bordea pequeñas lagunas aisladas, unas de otras, por unas pocas decenas de metros, encajonadas entre la carretera y cerros. Ellas proveen de agua para riego a los predios agrícolas del sector y son hábitat de cisnes y otras aves acuáticas. También son utilizadas para pesca y caza deportiva.

Entre la carretera, perfectamente pavimentada, y las lagunas, existen distintos tipos de vegetación. Al lado contrario del viaducto, hay abundantes eucaliptus muy altos, formando bosquecillos. Es una localidad seráfica, que cautiva los sentidos de los viajeros. A la vera del camino, a unos 100 metros, frente a la segunda de las lagunas en el sentido norte – sur, hay una pequeña subestación eléctrica con un alto vallado de ladrillos acostados y alambre de púas rematándolo, custodiada día y noche por un guardia. Se la puede divisar en la oscuridad de la noche, por sus luces, cuando logran traspasar el tupido follaje de los árboles que la ocultan, asemejando una visión fantasmagórica. De día pasa desapercibida.

En este hermoso paraje es que se desarrolla lo que narraré a continuación.

José tomaba un tazón de té para reanimarse del frío y humedad que había cogido estando fuera de la caseta de la subestación, tratando torpemente de cerrar el pesado portón de fierro, que estaba atascado por una piedra que el mismo había arrastrado. Tomó asiento en una pequeña banca, se aplicó contra una pared y se cubrió con su ruana. Incluso con lo incómodo de la posición, se quedó dormido instantáneamente.

Transcurrieron un par de horas cuando despertó sobresaltado por una sorda explosión proveniente de la tercera laguna. Salió de la caseta y abrió el portón para salir a observar qué había pasado. No se veía nada anormal. Después de estar un tiempo prolongado mirando hacia la laguna se dio por vencido y se fue nuevamente al interior del refugio muy extrañado y preocupado, por lo que pudiera representar un peligro para él y la subestación. Llamó por su celular y dio cuenta de la situación. Nuevamente se acurrucó en la banca contra la pared, pero no hubo caso de quedarse dormido.

Al día siguiente, después de entregar el turno se fue a la laguna para encontrar gente conocida que supiera algo. Nadie lograba explicar lo sucedido. Uno de los residentes contaba que había visto pasar en una fracción de segundo, coincidente con la explosión, un objeto oscuro, en forma de una inmensa gota de agua, que se interpuso con la visión de la luna.

Se juntó un grupo grande de gente y comenzaron una búsqueda de restos de la explosión, sin tener éxito. Si notaron que las hierbas del lugar parecían dibujar un círculo respecto de un punto central que las hubiese soplado hacia afuera del mismo, como ocurre precisamente en una explosión, lo mismo sucedía con piedras de menor tamaño y otros objetos.


Pasaron un par de días y los campesinos del lugar notaron que el ganado rehuía beber de las lagunas. Junto a eso, un olor nauseabundo comenzó a impregnar todo el lugar. Las gentes de allí no dudaron en relacionarlo con la explosión y nuevamente buscaron pistas. Esta vez se encontró unos pocos pedazos de un material orgánico desconocido, semejante a piel o cuero delgado, con forma y tamaño de hojas y que se deshacían casi instantáneamente al tocarlas, darles el viento, o cualquier otro agente físico. Por esa razón no los detectaron anteriormente, pues se confundían con la hojarasca abundante en esa época del año. Alertadas por los vecinos, las autoridades de Quilpué acudieron con científicos de todo el país e incluso extranjeros a buscar una explicación del raro fenómeno, pero ya no quedaban restos físicos de nada. Se fueron con las manos vacías y con la creencia que la gente de allí era muy fantasiosa.

Pasaron un par de semanas y la corriente de agua existente en las lagunas, fue aclarando progresivamente el agua y el mal olor se disolvió en el aire. Todo volvió, aparentemente, a la normalidad, excepto por la desaparición, no corroborada, de algunas personas que podrían haber viajado sin aviso. Otra cosa anormal, fue la desaparición de piezas de ganado y caballares, que podrían ser obra de cuatreros.

José, nuevamente estaba en el turno de amanecida y para acortar el tedio, escuchaba su pequeña radio a baterías, dentro de la caseta. Un tenue sonido, proveniente de la carretera, llamó su atención. Apagó el receptor y puso atención. Era un sonido sordo que se percibía como el arrastrarse contra una superficie sólida. Swooooshhhh, swooooshhhh.

Salió del perímetro de la subestación para escuchar mejor. Swooooshhhh, swooooshhhh, el sonido se acercaba a su posición. Instintivamente captó una peligro que iba hacia él. Se dirigió a la caseta para sentirse más resguardado frente a alguna posible amenaza.

Cerró puertas y ventanas lo más herméticamente posible. El sonido swooooshhhh, swooooshhhh se aproximaba cada vez más. Se comunicó por celular con la central dando cuenta de la situación, pero fue recibido con puyas y bromas por parte del guardia de turno.

Algo le hizo imaginar que, donde están los espinos, ese algo se hubiese detenido y hasta retrocedido, pero otra vez, swooooshhhh, swooooshhhh, más y más cerca.

José creyó ver sobresaliendo por unos centímetros sobre vallado algo de color entre amarillo y café, más amarillo que café y brillante a la luz de la luna, como si estuviera mojado. José, muy pálido, trataba de conservar la calma. Volvió a llamar por celular, y esta vez, dado el temblor de su voz y la angustia que trasuntaba, fue tomado en serio y se despachó a dos motociclistas armados para socorrerlo.

Esta vez, la cosa sobrepasó el alambre de púas, pero echó atrás. José sintió alivio, pero no duró mucho, pues ahora pasó por arriba del alambre y comenzó su arrastre a la caseta y su sonoro swooooshhhh, swooooshhhh, provocado por su desplazamiento sobre el suelo, era enloquecedor.

José, ahora, tomó conciencia de una masa amorfa, inmensa, que le hacía recordar, tomando las proporciones del caso, a una repulsiva babosa. Usó su celular, una vez más, pero no podían hacer algo por él, salvo sugerirle que huyera y rogara por la pronta llegada de sus armados compañeros. Miró hacia el portón para huir, pero la cosa ya estaba ahí, había rodeado todo el perímetro de la subestación y seguía su avance inexorable.

En su avance, la cosa tocó un transformador que le propinó una fortísima descarga eléctrica. La masa retrocedió instantáneamente, lo que José aprovechó para huir hacia la carretera, sin que el monstruo lo advirtiera, pues éste reanudó su marcha hacia la caseta. Otra vez recibió una descarga eléctrica, pero pareció no afectarla en absoluto y fue cubriendo todas las instalaciones de la subestación y penetrando a la caseta, donde cubrió todo el espacio interior. El gelatinoso ente marchó hacia la carretera, swooooshhhh, swooooshhhh, se escuchaba por su no lerdo desplazamiento. En ese preciso momento es cuando los compañeros de José llegaron a socorrerlo. Vaciaron sus armas sobre la horrible cosa, pero no causaron efecto alguno. Swooooshhhh, swooooshhhh, el monstruo se dirigió hacia ellos. Tomaron sus motocicletas y escaparon despavoridos, dejando a José sólo e inerme.

En una fracción de segundo José unió todas las partes del rompecabezas. La forma de gota de agua fue el saco epitelial en que llegó el monstruo y la explosión sorda fue el golpe contra la tierra y fraccionarse en pedazos parecidos a hojas. De él salió este ente horripilante que dio cuenta de algunas personas y piezas de ganado para su alimentación y que ahora estaba en pos de él. José corrió, corrió por su vida, pero swooooshhhh, swooooshhh, el monstruo lograba la velocidad necesaria para atraparlo, José temía salir de la carretera por la posibilidad de tropezar y caer, que daría tiempo a la cosa para atraparlo. Ya no podía correr más, miró buscando algún posible refugio, pero lo único que encontró fue un camión transporte con carga de láminas de cobre. Se apoyó en el camión tratando de recuperar su respiración, pero el maldito bicho se dirigió rápidamente hacia él, swooooshhhh, swooooshhhh. José se entregó a lo que fuera que sucediera, no podía correr más, y se sentó debajo del camión. La malignidad se abalanzó sobre él, pasando sobre la carga del camión. Ocurrió lo no previsto, el monstruo retrocedió con rapidez. Quedó quieto allí acechando a José hasta que el sol lanzó sus tímidos primeros rayos. Inmediatamente el infernal ser se dirigió a una de las lagunas, donde se refugió, no soportando los rayos ultravioleta.

José, quien tenía una segunda vida por delante, se reunió con los habitantes del lugar y contó todo de lo que fue testigo. Un astuto campesino hizo una similitud con las babosas, a las cuales el cobre les produce efectos que les desagradan a tal punto que no lo traspasan, permitiendo así proteger ciertas plantas. Otro asistente al mitin afirmó que las babosas son destruidas por los rayos ultravioletas del sol. Idearon un plan para terminar con la alienígena amorfa que recordaba lejanamente a una babosa. Consiguieron el material necesario y diseñaron la estrategia para derrotar la babosa, como ahora llamaban a la alienígena. Retiraron todos sus animales a otros predios distantes a más de 4 ó 5 kilómetros distantes de las lagunas y trataron de dormir o descansar, por lo menos, durante el día designado. Cuando ya estaba oscuro, la babosa salió de la laguna en busca de alimento, recorrió un perímetro de un par de kilómetros y el interior del mismo, sin encontrar animal alguno que ingerir, por lo que swooooshhhh, swooooshhhh, seguía dando vueltas por aquí y por allá, desesperadamente. Al amanecer, cuando faltaba poco para llegar los primeros rayos del sol, llegó un camión con un par de vacunos y se estacionó en la carretera, frente a la laguna. La cosa se dirigió inmediatamente hacia allí y comenzó a tragar sus víctimas, para volver a la laguna antes de la salida del sol. Una vez terminada su ingestión de alimentos, se dirigió rápidamente hacia la laguna, pero los lugareños habían rodeado, a cierta distancia, a la babosa premunidos de planchas de cobre, formando un círculo. La babosa buscaba salir, pero el cobre la repelía. Así pasaron unos minutos hasta que la salida del sol la hizo superar, sea lo que sea que le causaba el cobre, para dirigirse a la laguna. Era tarde ya para ella, los rayos del sol la hicieron desintegrarse, poco a poco, hasta quedar nada.

No somos los únicos habitantes del universo.


Fin

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